sábado, 15 de febrero de 2014

La ‘deshumanización’ de la mujer



Es difícil escribir, reflexionar, intentar dilucidar sobre determinadas actuaciones políticas cuando se está irremediablemente en el centro del conflicto y la pasión fervorosa que desencadena la sensación de injusticia nubla el pensamiento. Es entonces cuando el camino hacia la luz se torna más difícil y el saber enderezar nuestra voluntad hacia la justicia se hace aquí necesario.
Este es el caso que abrió el mes de febrero del año 2014. Fecha en la que ver al pueblo movilizado en las calles ejerciendo su derecho democrático de disconformidad hacia una total descabellada propuesta para eliminar el derecho al aborto, conlleva el calificar tal actuación como un atentado contra la libertad de la mujer, contra las libertades del individuo. Este hecho me ha llevado a preguntarme sobre las razones por las que un político como representante gubernamental de un pueblo en el siglo XXI no solo es responsable de una ejecución barbárica que ya ha sido discutida, explicada y reflexionada en el correr del siglo anterior, sino que además muestre con total orgullo su cara antidemocrática al negarse a escuchar la voz de su pueblo que clama encarecidamente reconsideración. Cualquier gobernante que no escucha la voluntad de su pueblo no hace uso de la democracia, sino que ejerce sobre él un poder totalitario.
La filósofa María Zambrano lo dice muy claro cuando afirma que ‘si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido el ser persona’. Y es precisamente este ‘ser persona’ donde radica la problemática que ha creado la decisión ‘personal’ de este ministro y la respuesta que, no solo el pueblo español sino otros, le ha sido mostrado.
La ejecución de esta ley no es más que la clara actuación política de ‘deshumanización’ de las mujeres en un país europeo, supuestamente libre y con declarada participación de los derechos humanos. Es precisamente este proceso de deshumanización el desencadenante de una ley como esta. Cualquier ciudadano libre, que sea parte de un estado democrático no puede ser tratado como un simple ‘medio’, como instrumento de gestación de vida. Esto solo pone de manifiesto de forma clara y contundente una situación de degradación hacia su persona como individuo. Las mujeres de toda sociedad, al igual que los hombres son parte de la ciudadanía y como tales deben tener las mismas obligaciones, y sin duda alguna, los mismo derechos. Si de lo que aquí se trata es de ser ciudadano ‘a medias’, es decir, solamente adherido al pueblo por las obligaciones y no por los derechos, entonces debemos declarar esta sociedad como democráticamente parcial, de estado de privilegio, socialmente enferma, y culturalmente nula. La reflexión, entonces, debe empezar por su parte más simple pero a la vez más peligrosa, aquella tan arcaica como ya debatida y analizada: la instrumentalización política del cuerpo de la mujer. Por vez infinita debemos repetir a los oídos que han pasado centurias de sordera que la mujer no es solamente un cuerpo, sino un ser con cuerpo y con alma. Un cuerpo con capacidad biológica de traer la vida y un alma que le permite discernir sobre su propia actuación social, moral y política, como ser humano individual y como partícipe de la comunidad que le rodea. Una democracia sana, una sociedad libre, moderna y avanzada como debe ser cualquier país europeo, debe serlo en el conjunto de sus componentes, con la consideración de los derechos civiles y la protección de éstos, de todos sus integrantes por igual. Al negársele el derecho al aborto a la mujer, se le está negando la inclusión, se le está diciendo a la mujer, que no es digna de ser parte integrante de la sociedad en la que habita.
Es desgraciada una sociedad, un pueblo en la que la mujer no pueda ejercer uno de sus derechos más fundamentales: la elección de su propia maternidad, ¿es ésta una falta de confianza hacia su propio criterio moral? ¿Hacia su capacidad mental de discernimiento?
Defender el derecho a la vida del no-nacido es la excusa que siempre ponen aquellos que defienden la ley anti-aborto junto con los miembros eclesiásticos. Los hijos no deseados o malformados que tendrán una vida miserable y llena de sufrimientos para ellos y sus familias no quedan protegidos sino más bien al contrario, condenados. Y esta condena viene apoyada desde el momento en el que uno de los primeros recortes de presupuesto de este mismo gobierno ha sido las ayudas a la dependencia social y a todas las personas que no pueden valerse por sí mismas. La iglesia y sus seguidores pueden seguir engañándose así mismos al pensar que ellos y solo ellos son los encargados defender su derecho a la vida. La única persona que defiende, no solo el derecho a la vida, sino la obligación hacia la felicidad y el bienestar es la madre en un primer lugar. También pueden seguir engañándose al pensar que sus criterios personales pueden ser impuestos a los demás. Jamás, puede una ley ser el resultado de una convicción particular sino que es condición indispensable que sea el final del consenso avenido por el interés y la voluntad del pueblo, que lejos dista de ser tan vulnerable e inepto como el señor Gallardón cree. Esta ley esclaviza a la mujer de forma absoluta. Al impedir ejercer la libertad a la madre como mujer se está inevitablemente desprotegiendo al niño, puesto que el bienestar de los hijos depende exclusivamente de la disposición de la madre durante los primeros meses y de forma inevitable durante la gestación. Cuando una mujer decide abortar no lo hace sin conciencia o sin criterio sino con total y absoluto conocimiento de causa centrado en el futuro de su hijo. La mejor forma de proteger a un hijo es protegiendo a su madre. Y al decir esto creo no solamente defender los derechos de las mujeres como ciudadanos, sino los derechos a una vida vivida con total dignidad y hacia un bienestar común.
La incomprensión hacia esta ley supera cualquier ideología política. No tiene fundamento ninguno en ningún sistema, espacio o pensamiento. Y me ocasiona verdadera tristeza democrática, cultural y social el ver como algunas mujeres aplauden con frenesí semejante elogio hacia la degradación humana de la mujer. Esta no es una cuestión ideológica o de pesquisas de partido. Esta es, señoras y señor Gallardón, una cuestión más amplia que afecta de forma directa la salud y el futuro de una sociedad que quiere caminar hacia el progreso, hacia la integración y hacia la evolución misma de los pueblos.

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