Es difícil escribir, reflexionar, intentar
dilucidar sobre determinadas actuaciones políticas cuando se está
irremediablemente en el centro del conflicto y la pasión fervorosa que
desencadena la sensación de injusticia nubla el pensamiento. Es entonces cuando
el camino hacia la luz se torna más difícil y el saber enderezar nuestra
voluntad hacia la justicia se hace aquí necesario.
Este es el caso que abrió el mes de febrero del
año 2014. Fecha en la que ver al pueblo movilizado en las calles ejerciendo su
derecho democrático de disconformidad hacia una total descabellada propuesta
para eliminar el derecho al aborto, conlleva el calificar tal actuación como un
atentado contra la libertad de la mujer, contra las libertades del individuo.
Este hecho me ha llevado a preguntarme sobre las razones por las que un
político como representante gubernamental de un pueblo en el siglo XXI no solo
es responsable de una ejecución barbárica que ya ha sido discutida, explicada y
reflexionada en el correr del siglo anterior, sino que además muestre con total
orgullo su cara antidemocrática al negarse a escuchar la voz de su pueblo que
clama encarecidamente reconsideración. Cualquier gobernante que no escucha la
voluntad de su pueblo no hace uso de la democracia, sino que ejerce sobre él un
poder totalitario.
La filósofa María Zambrano lo dice muy claro
cuando afirma que ‘si se hubiera de definir la democracia podría hacerse
diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido el
ser persona’. Y es precisamente este ‘ser persona’ donde radica la problemática
que ha creado la decisión ‘personal’ de este ministro y la respuesta que, no
solo el pueblo español sino otros, le ha sido mostrado.
La ejecución de esta ley no es más que la clara
actuación política de ‘deshumanización’ de las mujeres en un país europeo,
supuestamente libre y con declarada participación de los derechos humanos. Es
precisamente este proceso de deshumanización el desencadenante de una ley como
esta. Cualquier ciudadano libre, que sea parte de un estado democrático no
puede ser tratado como un simple ‘medio’, como instrumento de gestación de
vida. Esto solo pone de manifiesto de forma clara y contundente una situación
de degradación hacia su persona como individuo. Las mujeres de toda sociedad,
al igual que los hombres son parte de la ciudadanía y como tales deben tener
las mismas obligaciones, y sin duda alguna, los mismo derechos. Si de lo que
aquí se trata es de ser ciudadano ‘a medias’, es decir, solamente adherido al
pueblo por las obligaciones y no por los derechos, entonces debemos declarar
esta sociedad como democráticamente parcial, de estado de privilegio, socialmente
enferma, y culturalmente nula. La reflexión, entonces, debe empezar por su
parte más simple pero a la vez más peligrosa, aquella tan arcaica como ya
debatida y analizada: la instrumentalización política del cuerpo de la mujer. Por
vez infinita debemos repetir a los oídos que han pasado centurias de sordera
que la mujer no es solamente un cuerpo, sino un ser con cuerpo y con alma. Un
cuerpo con capacidad biológica de traer la vida y un alma que le permite
discernir sobre su propia actuación social, moral y política, como ser humano
individual y como partícipe de la comunidad que le rodea. Una democracia sana,
una sociedad libre, moderna y avanzada como debe ser cualquier país europeo,
debe serlo en el conjunto de sus componentes, con la consideración de los
derechos civiles y la protección de éstos, de todos sus integrantes por igual.
Al negársele el derecho al aborto a la mujer, se le está negando la inclusión,
se le está diciendo a la mujer, que no es digna de ser parte integrante de la
sociedad en la que habita.
Es desgraciada una sociedad, un pueblo en la que
la mujer no pueda ejercer uno de sus derechos más fundamentales: la elección de
su propia maternidad, ¿es ésta una falta de confianza hacia su propio criterio
moral? ¿Hacia su capacidad mental de discernimiento?
Defender el derecho a la vida del no-nacido es la
excusa que siempre ponen aquellos que defienden la ley anti-aborto junto con
los miembros eclesiásticos. Los hijos no deseados o malformados que tendrán una
vida miserable y llena de sufrimientos para ellos y sus familias no quedan
protegidos sino más bien al contrario, condenados. Y esta condena viene apoyada
desde el momento en el que uno de los primeros recortes de presupuesto de este
mismo gobierno ha sido las ayudas a la dependencia social y a todas las
personas que no pueden valerse por sí mismas. La iglesia y sus seguidores
pueden seguir engañándose así mismos al pensar que ellos y solo ellos son los
encargados defender su derecho a la vida. La única persona que defiende, no
solo el derecho a la vida, sino la obligación hacia la felicidad y el bienestar
es la madre en un primer lugar. También pueden seguir engañándose al pensar que
sus criterios personales pueden ser impuestos a los demás. Jamás, puede una ley
ser el resultado de una convicción particular sino que es condición
indispensable que sea el final del consenso avenido por el interés y la
voluntad del pueblo, que lejos dista de ser tan vulnerable e inepto como el
señor Gallardón cree. Esta ley esclaviza a la mujer de forma absoluta. Al
impedir ejercer la libertad a la madre como mujer se está inevitablemente
desprotegiendo al niño, puesto que el bienestar de los hijos depende
exclusivamente de la disposición de la madre durante los primeros meses y de
forma inevitable durante la gestación. Cuando una mujer decide abortar no lo
hace sin conciencia o sin criterio sino con total y absoluto conocimiento de
causa centrado en el futuro de su hijo. La mejor forma de proteger a un hijo es
protegiendo a su madre. Y al decir esto creo no solamente defender los derechos
de las mujeres como ciudadanos, sino los derechos a una vida vivida con total
dignidad y hacia un bienestar común.
La incomprensión hacia esta ley supera cualquier
ideología política. No tiene fundamento ninguno en ningún sistema, espacio o
pensamiento. Y me ocasiona verdadera tristeza democrática, cultural y social el
ver como algunas mujeres aplauden con frenesí semejante elogio hacia la
degradación humana de la mujer. Esta no es una cuestión ideológica o de
pesquisas de partido. Esta es, señoras y señor Gallardón, una cuestión más
amplia que afecta de forma directa la salud y el futuro de una sociedad que
quiere caminar hacia el progreso, hacia la integración y hacia la evolución misma
de los pueblos.
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